La obsesión por la familia de AMLO
Esa obsesión que hay con la familia de Andrés Manuel, en el fondo, desentraña la problemática de la desigualdad en México.
José Luis Rodríguez Zapatero sintetizó la dinámica de la desigualdad social de la siguiente forma: la élite podría estar a favor de que se hagan escuelas públicas para todos; diría dónde firmo, dónde voto… Sin embargo, serían capaces hasta de matar para evitar que los hijos de los pobres vayan a las mismas escuelas a las que van sus hijos. Así funciona la desigualdad.
En este sentido, si no perteneces a la cúpula de la sociedad, no deberías acceder a condiciones favorables para desarrollar una vida plena, deberías estar condenado a ser siempre subordinado y, sobre todo, deberías estar excluido de los espacios de poder y toma de decisiones. Pero no solo tú, también toda tu estirpe.
Eso, en realidad, se llama odio de clase. La élite quiere que el desposeído se quede donde está. Esa es su principal consigna, su leitmotiv. Y si el desposeído, por alguna razón, desobedece y se vuelve rico, o sus hijos lo hacen, serán juzgados con severidad. La élite siempre que voltee hacia nosotros verá desposeídos o, acaso, desposeídos reclasados.
La élite tiene el privilegio tan naturalizado, que ni siquiera cree que el desposeído pueda ser inteligente, o dirigir el rumbo del país.
Según la lingüística, se puede reconocer que una palabra es racista y/o clasista tanto por sus usos como por la forma en que no se usa.
“Es común escuchar, por ejemplo: el dinero no quita lo naco, o lo güero no quita lo naco; pero sería rarísimo oír lo opuesto: lo moreno no quita lo naco, o es pobre, pero naco. Son cosas que nadie suele decir, porque ‘moreno’ y ‘pobre’ no generan contraexpectativas hacia ‘lo naco’, como sí lo hacen nociones como ‘rico’ y ‘güero’”, ha explicado Violeta Vázquez-Rojas, especialista en gramática del purépecha y del español.
Acorde con el ethos de blanquitud occidental que describe Bolívar Echeverría, el cual está presente en México, para la élite todos somos prietos, más allá de nuestro color de piel. Y la hegemonía dicta que un prieto no puede vivir como un blanco, ni emparejarse con un blanco. En conclusión: un prieto no puede colarse a ese ethos, ni aunque cumpla “la demanda o petición de un cierto tipo de comportamiento”.
Es como si dijeran “el pobre es pobre porque quiere… y si se vuelve rico, seguro es dinero mal habido”; criminalizan la pobreza. El hijo de Andrés Manuel, adulto de 41 años de edad, padre de familia, nunca trabajó en el gobierno que encabeza su padre. Su único pecado comprobado hasta ahora es que, según la élite, no vive como debería vivir el hijo de un tabasqueño prieto.
Por: Carlos Portillo
Lic. Alberto Masón Orta
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